“Soy como un árbol que crece donde lo plantan”
Miguel Delibes
En este año 2020 hace cien años que nació Miguel Delibes.
La propuesta de crear y dirigir un espectáculo en torno a su obra fusionando una compañía de teatro y otra de danza contemporánea me pareció fascinante. Pocas veces se ven en el escenario intérpretes de 17 a 67 años, actores y bailarines formando una única familia escénica y creativa.
Todos hemos leído u oído sobre Miguel Delibes. Tanto su extensa obra, su pensamiento, como su vida están prolijamente estudiadas y documentadas. Nos hemos mirado en su obra, buscando el alma que puso en sus personajes y sus historias, siguiendo dos de las líneas que guiaron su viaje creativo: Escribir como se es y buscar los rasgos que hacen de cada uno, una persona única e irrepetible huyendo de la uniformidad.
Delibes, como Beckett, como García Márquez, ha creado un universo poético, a partir de unos personajes, paisajes y pasiones que ahora ya pertenecen a nuestro imaginario colectivo. Su Valladolid y su Castilla son una especie de “Macondo”, un lugar imaginario y universal, que vive en cada uno de nosotros.
Un mundo de compasión, lucidez y humor, lleno de pájaros, de gentes que miran al cielo y cuidan la tierra, de páramos inundados de vida, de miradas de niños y palabras de viejos. Un mundo que habla de sumisión y pobreza y también del poder y la libertad de la vida al aire libre; de mujeres oprimidas y dispares que respiran y cantan a pesar de los corsés impuestos; de hombres que aún subyugados aman. El paso del mundo rural al páramo de la ciudad. Un mundo de seres que se mueven entre la niebla y se dejan llevar por el viento o que viven en interiores a la luz de una bombilla. Aprender a leer, cazar gorriones, liarse un cigarrillo, bailar con la muerte, ver las cigüeñas pasar, sentir el calor o el frío de los otros en espacios urbanos o al cobijo de los árboles. Canciones que curan penas, pájaros disecados, mesas de póquer, silbidos de viento,… todos conviven en sus páramos habitados.
Sin especificar una u otra obra, trabajamos para crear un mundo escénico, a partir del suyo, dejándonos conmover por lo que se nos hace esencial desde la singularidad de nuestra mirada. Una mirada que conecta su mundo cien años después con nuestra actualidad huérfana de naturaleza y de humanidad, en la que florecen la conciencia feminista y ecológica. Todo estaba en la obra de MD, sólo había que mirar.
Inés Boza
Febrero 2020